disolución del ego

Cuando la Ayahuasca susurra su canto de lianas y estrellas, algo profundo comienza a deshacerse dentro de nosotros. No es inmediato, no es forzado. Es un proceso antiguo, tejido en los hilos invisibles de la existencia: la disolución del ego.

El ego, esa estructura que hemos construido para protegernos, para entendernos, para nombrarnos, empieza a resquebrajarse bajo la mirada silenciosa de la conciencia expandida. Las máscaras caen una a una: el nombre, la historia, las heridas, los logros, los miedos. Todo aquello que creíamos ser se va deshaciendo como barro bajo la lluvia sagrada.

Al principio puede haber temor. La mente lucha por sostener lo conocido, como un náufrago aferrado a los restos de su embarcación. Pero la medicina es paciente: no destruye, revela. Nos muestra que más allá de la identidad, más allá del yo que dice “esto soy”, existe un espacio inmenso, sereno, intocable.

Entramos en ese espacio como niños que regresan al vientre de la vida. No hay necesidad de entender, solo de rendirse. No hay nada que proteger, porque nunca hubo una separación real. Somos el río, no la gota aislada. Somos el viento, no la hoja que cree que vuela sola.

La disolución del ego no es una aniquilación. Es una alquimia. Es recordar que somos algo mucho más vasto que los límites que aprendimos a dibujar. Es saborear el vacío lleno de todo. Es abrazar la muerte del personaje para dar paso al ser que no necesita máscaras.

En ese instante sagrado, en esa rendición absoluta, surge la verdadera libertad.
La libertad de ser, sin esfuerzo.
La libertad de amar, sin miedo.
La libertad de existir, sin etiquetas.

La Ayahuasca, como una madre amorosa y salvaje, nos guía hacia esa verdad. Nos lleva a la orilla donde dejamos caer la piel vieja,
y emergemos ligeros, nuevos, luminosos…
no como alguien más,
sino como todo lo que ya éramos en el principio.

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