día y noche ceremonia integración dualidad

En el centro del círculo sagrado,
donde el fuego canta y el humo danza,
la dualidad se sienta en silencio:
luz y sombra,
miedo y amor,
vida y muerte,
uno frente al otro
como antiguos hermanos que se reconocen.

La ceremonia no busca eliminar la oscuridad,
la invita a hablar,
a mostrar sus heridas
y revelar su medicina.
El tambor late como corazón cósmico,
y cada golpe es un llamado
a reconciliar los opuestos.

El jaguar entra desde el umbral,
con sus ojos de noche infinita.
El colibrí desciende del alba,
con alas de sol y viento.
Ambos vuelan en espiral sobre el altar,
tejiendo un puente entre mundos,
entre polaridades que ya no se excluyen.

Porque el ritual nos enseña
que no hay arriba sin abajo,
que no hay visión sin ceguera,
que en cada lágrima brilla una estrella,
y que el caos también es un canto
cuando se escucha con el alma despierta.

Así, entre cantos, fuego y silencio,
la serpiente y el águila vuelven a encontrarse,
y en su danza sagrada nos susurran:
La unidad no borra la dualidad,
la contiene.
La honra.
La transforma.

Y el espíritu que ha visto ambos rostros,
camina en paz,
porque ya no busca dividir el cielo y la tierra,
sino recordar que siempre han sido
la misma canción.

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